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La transfiguración de Jesús en el evangelio de Mateo 17,1-9 |
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Se celebra en pleno verano, el 6 de agosto, para los católicos. ¿Cómo no pensar en el drama que se produjo el 6 de agosto de 1945 con la primera bomba atómica sobre Hiroshima? ¡Espectáculo de Apocalipsis y de muerte con la desfiguración de seres humanos, animales y el medio ambiente! |
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«Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y su hermano Juan, y los lleva a una alta montaña. Se transfigura ante ellos; su rostro se volvió brillante como el sol y sus vestidos, blancos como la nieve». |
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Recuerdo una mujer, judía y de una cierta edad, que tomó la palabra ante su familia y sus amigos con ocasión de la muerte de su marido: «Mi marido tenía muchos defectos, (¡citó varios!), pero tenía una cualidad que hacía olvidarlos todos: la transparencia. No podía disimular nada sus sentimientos y sus emociones. Era verdadero. Leía en sus ojos y en su corazón como en una fuente».
¡La transparencia! Es la experiencia que tienen los tres apóstoles. Jesús se revela tal como es: rutilante de luz, habitado por la presencia de Dios. El hombre de Nazaret está totalmente cogido, iluminado, transfigurado por aquél a quien él llama su Padre.
Cuando viajo en transporte público, ocurre que a menudo me quedo admirado de las caras de una pareja que se ama. Unas caras radiantes, transfiguradas. Cada uno se siente amado, escogido, reconocido. Es una luz que irradia del interior. |
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Fijaos en lo que pasa con un niño: su cara se ilumina cuando su madre le sonríe. Lo que transfigura, es la cara amante del otro. |
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En la montaña, Jesús escucha con alegría como se le dice: « ¡Este es mi Hijo bienamado, en quien he puesto todo mi amor; escuchadle!». Se estremece de alegría, irradia esta certeza. Él es todo para su Padre y su Padre es todo para él.
Los tres apóstoles no podrán olvidar este acontecimiento. |
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