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Los diez leprosos Lucas
17, 11-19
De camino hacia Jerusalén, Jesús atraviesa
Samaria y Galilea. A la entrada de un pueblo, diez leprosos salen
a su encuentro; todos son de sexo masculino, especifica Lucas.
Al modo de ver judío, la lepra estaba estrechamente relacionada
con el pecado.
A estos hombres ya no les queda otra identidad más
que la lepra; la vergonzante dolencia lo ha tapado todo y ha
destrozado su estatus social. Están condenados a vivir
a distancia, "fuera del campo", dice el Levítico.
Unidos en la enfermedad, también lo están en la
invocación a Jesús y en el tratamiento que le dan:
"Jesús. Maestro"; no el profesor, sino
"el que preside". Los diez no buscan enseñanzas,
sino a alguien que subyugue la enfermedad.
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Jesús desconcierta con su respuesta: "Id
y presentaos a los sacerdotes". Moisés contempla
el caso en el Levítico (14, 1-32). Y cada cual piensa
en los sacerdotes de Jerusalén, sin siquiera imaginar
que uno de los diez leprosos, el samaritano, se refiere al templo
del Monte Garizim, con los sacerdotes de la competencia.
¿Acaso los sacerdotes son curanderos? ¡no! Se conforman
con constatar, si se da el caso, que los síntomas de una
enfermedad han desaparecido, y entonces, proponen un largo ritual
de purificación y de expiación, ¡en el que
los curanderos de África y de los barrios cosmopolitas
se encontrarían como en casa! Al octavo día se
han de reintegrar en la comunidad y en el Templo para el sacrificio
del holocausto, la acción de gracias oficial.
Tal vez los leprosos aguardaran una curación inmediata,
espectacular. Nada de eso ocurre. De todos modos, confían
igualmente en el profeta de paso que no les pide nada de otro
mundo. Jesús "preside" a su entrada en
la fe. |
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Y he aquí que la esperanza de estos hombres se ve
plenamente colmada. Por el camino, de forma discreta y lejos
de la multitud de los curiosos, se manifiesta la compasión
de Jesús; todos se encuentran "purificados",
según una lectura religiosa del acontecimiento. Nueve
de ellos siguen su camino y van a cumplir lo que les dijo el
Maestro ¿Se les puede reprochar esto? Están acostumbrados
a la letra de la ley, están como sumergidos en la religión
de lo "prescrito"; los sentimientos e iniciativas
parecen apagados por una Ley que les condiciona y les determina:
la religión de lo que "hay que hacer",
o no hacer. ¿Pero qué relación tiene esto
con él "tú amarás" fundamental
que suscita iniciativas ante lo inesperado?
En el samaritano, por la contra, la religión no
ha evacuado lo humano. Primero, abre los ojos a la realidad,
que llama por su nombre: "curado", "sabiéndose
curado". Desacraliza la enfermedad que le invadía
y que era competencia de los médicos y no de los sacerdotes.
Por aquel entonces, desgraciadamente, la medicina no podía
hacer nada por él. El que le curó no es primero
un ser sagrado, sino un hombre investido de un poder desconocido,
que parece presidir a la vida y a la muerte.
Como lo normal es dar las gracias a un benefactor, el hombre
en pie vuelve espontáneamente sobre sus pasos glorificando
a Dios. Él no tiene ninguna necesidad de ir corriendo
al Templo; su Dios está en todas partes, y de un modo
especial en este hombre "porque salía de él
una fuerza que sanaba a todos" (Lucas 6,19). "Postrándose
rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias."
Y Jesús hace la molesta pregunta: "¿Los
otros nueve, ¿dónde están?" ¿Qué
religión es ésta que no supo despertar lo humano
en las conciencias y los reflejos sociales? ¿Dónde
está la libertad de espíritu, la iniciativa de
los gestos que salen del corazón cuando se recobra la
vida? Se pronuncia la palabra decisiva: "salvado";
"¡tu fe te ha salvado!". Purificado, curado,
salvado. |